Democracia Socialista, El Avispero/Bartolina Sisa, Surcos, La Emergente
I
Nuestro país se encuentra frente a un impacto relativamente reducido de la crisis internacional, pero también frente a un marcado agotamiento del ciclo de acumulación pos-convertibilidad. Surgido en una etapa signada por la crisis de hegemonía de 2001, el kirchnerismo supo articular algunos elementos que lo proyectaron como una experiencia política de largo aliento: trabó compromisos estratégicos con el desarrollo del agro-negocio y de un modelo extractivo en el marco de un modelo neo-desarrollista que desvió parte de la renta agraria para el estímulo de algunas industrias locales, a la vez que otorgó ciertas concesiones sociales y democráticas a los sectores populares. Medidas, estas últimas, con rasgos progresivos que consiguieron cautivar a importantes sectores de la población, de las organizaciones populares y las sensibilidades de izquierda, fuertemente golpeadas luego de la experiencia neoliberal y sin una expresión política clara que pudiera contenerlas. Tal como lo demuestra la experiencia del peronismo y el desencuentro histórico entre la cultura o la política de la izquierda marxista y la clase trabajadora, un fenómeno político de esta naturaleza (populista o de rasgos nacionalistas), significó siempre, en nuestro país, un importante desafío para la izquierda anticapitalista y su capacidad de interpelación real a los sectores populares.
En el plano regional, los últimos quince años han estado signados por un ascenso en las luchas de los pueblos de América Latina, que en base a movilizaciones, insurrecciones populares y años de resistencia pudieron conquistar grandes avances que, en algunos casos, se cristalizaron en gobiernos nacionalistas radicales, de vocación popular, capaces de propulsar algunas importantes conquistas y revitalizar la discusión sobre el Estado y las vías de transición al socialismo. Estos procesos, que no estuvieron ni están exentos de avances y retrocesos, propulsaron choques con el imperialismo y sus burguesías oligárquicas aliadas, retomando la impronta antiimperialista que el consenso neoliberal había querido sepultar.
Actualmente, en nuestro país, asistimos a la declinación de la etapa caracterizada por un alto crecimiento económico y una dosis no insignificante de concesiones sociales y democráticas. Avanzamos hacia una nueva situación política, probablemente más compleja, con mayores niveles de confrontación y, posiblemente, menor capacidad por parte del Estado de contener políticamente la lucha social. Aun cuando no está planteado un regreso directo a políticas de ajuste neoliberal clásicas, es indudable que la superestructura política del país gira hacia la derecha (en torno a Scioli o Macri) en lo que parece dar forma a un nuevo consenso conservador por parte de los de arriba.
Nuestro país se encuentra frente a un impacto relativamente reducido de la crisis internacional, pero también frente a un marcado agotamiento del ciclo de acumulación pos-convertibilidad. Surgido en una etapa signada por la crisis de hegemonía de 2001, el kirchnerismo supo articular algunos elementos que lo proyectaron como una experiencia política de largo aliento: trabó compromisos estratégicos con el desarrollo del agro-negocio y de un modelo extractivo en el marco de un modelo neo-desarrollista que desvió parte de la renta agraria para el estímulo de algunas industrias locales, a la vez que otorgó ciertas concesiones sociales y democráticas a los sectores populares. Medidas, estas últimas, con rasgos progresivos que consiguieron cautivar a importantes sectores de la población, de las organizaciones populares y las sensibilidades de izquierda, fuertemente golpeadas luego de la experiencia neoliberal y sin una expresión política clara que pudiera contenerlas. Tal como lo demuestra la experiencia del peronismo y el desencuentro histórico entre la cultura o la política de la izquierda marxista y la clase trabajadora, un fenómeno político de esta naturaleza (populista o de rasgos nacionalistas), significó siempre, en nuestro país, un importante desafío para la izquierda anticapitalista y su capacidad de interpelación real a los sectores populares.
En el plano regional, los últimos quince años han estado signados por un ascenso en las luchas de los pueblos de América Latina, que en base a movilizaciones, insurrecciones populares y años de resistencia pudieron conquistar grandes avances que, en algunos casos, se cristalizaron en gobiernos nacionalistas radicales, de vocación popular, capaces de propulsar algunas importantes conquistas y revitalizar la discusión sobre el Estado y las vías de transición al socialismo. Estos procesos, que no estuvieron ni están exentos de avances y retrocesos, propulsaron choques con el imperialismo y sus burguesías oligárquicas aliadas, retomando la impronta antiimperialista que el consenso neoliberal había querido sepultar.
Actualmente, en nuestro país, asistimos a la declinación de la etapa caracterizada por un alto crecimiento económico y una dosis no insignificante de concesiones sociales y democráticas. Avanzamos hacia una nueva situación política, probablemente más compleja, con mayores niveles de confrontación y, posiblemente, menor capacidad por parte del Estado de contener políticamente la lucha social. Aun cuando no está planteado un regreso directo a políticas de ajuste neoliberal clásicas, es indudable que la superestructura política del país gira hacia la derecha (en torno a Scioli o Macri) en lo que parece dar forma a un nuevo consenso conservador por parte de los de arriba.
II
El ciclo de luchas que se inicia con la crisis del neoliberalismo y los sucesos de diciembre de 2001 arrojó una acumulación política que puede percibirse en una generación militante que forjó sus propias referencias ideológicas: poder popular, socialismo desde abajo, democracia de base, prácticas prefigurativas y una perspectiva latinoamericana. Hoy ese archipiélago de experiencias y organizaciones debe enfrentar la tarea de construir las herramientas políticas del próximo periodo.
El espacio político que se denominó "izquierda independiente" padece actualmente una crisis estratégica y organizativa. Crisis estratégica, en primer lugar, porque definiciones históricas del espacio (como "socialismo desde abajo") se revelan insuficientes para pasar de la resistencia a la ofensiva, del rechazo ético del capitalismo y la construcción cotidiana de nuevos lazos sociales, a la estrategia política. Abandonar definiciones simplificadoras, ligadas aún a la quimera de que se podría "cambiar el mundo sin tomar el poder" y elaborar una estrategia revolucionaria lúcida para nuestro tiempo nos exige encarar un debate serio y profundo sobre la dimensión propiamente política de la lucha de clases y el rol del Estado en la transición al socialismo. Crisis organizativa, por otro lado, porque no se pudo construir herramientas –pluralistas, democráticas, centralizadas– que pudieran superar la militancia sectorial y proyectarse hacia la lucha política. Las "federaciones de agrupaciones de base" o las "corrientes multisectoriales", características de la "izquierda independiente", cumplieron un rol positivo en el proceso de reagrupamiento de la nueva camada militante que surgió durante los últimos años. Sin embargo, en las puertas de una nueva situación política, es importante reconocer la insuficiencia de estas formas organizativas para enfrentar las tareas de la próxima etapa. En lugar de fetichizar las actuales formaciones organizativas tenemos que entenderlas como formas transicionales que permitan preparar opciones nuevas, de un grado superior de politización. Hoy es necesario empezar a construir herramientas organizativas para el periodo que se abre, con un mayor grado de homogeneidad y centralización política, que cumplan la función de referencias político-ideológicas, con capacidad de intervención en la coyuntura y reflexión estratégica. Un ejemplo embrionario e incipiente de ello representa Pueblo en Marcha, herramienta que hace ya un tiempo construimos en conjunto con varias organizaciones de la izquierda y que en estas elecciones intervenimos dentro de las listas del FIT. Lejos de agotar las formas organizativas que debemos explorar, entendemos que es una variante posible para dar un nuevo paso en la construcción de organizaciones que lleven a cabo nuestros objetivos de cambio social.
III
En torno a estos debates, realizaremos el 19 de septiembre el primer encuentro militante por una nueva izquierda en el que abordaremos estas cuestiones. La jornada constará de talleres temáticos (movimientos sociales y territorio, sindical, ecosocialismo, género y disidencia sexual, movimiento estudiantil y juventud), para terminar en un plenario de cierre sobre los desafíos de la izquierda anticapitalista ante el próximo periodo. En este primer encuentro queremos acercar a la militancia de nuestras organizaciones y a todxs aquellxs que se sientan interpelados por este manifiesto, a quienes estén deseos de construir una nueva etapa en la historia de la izquierda revolucionaria en nuestro país, a quienes se sientan insatisfechxs y aspiren a más de lo que hemos conseguido, entendiendo que inventar no es errar. Creemos que la forma de hacer es a través de la discusión, de la puesta en común de nuestras experiencias y nuestras proyecciones, de nuestras sensibilidades y nuestros anhelos.
Debemos construir una nueva izquierda anticapitalista, feminista y ecosocialista. Una izquierda revolucionaria no sectaria que ponga al día sus coordenadas estratégicas de acuerdo a las actuales condiciones sociales y políticas. Una nueva izquierda que encare la lucha y la disputa en todos los sectores y lugares donde podamos expresar nuestra voz, la de lxs sin voz que desean el cambio social. Una izquierda radical que se exprese en la lucha social, política, electoral y cultural, con la perspectiva de una ruptura frontal con las actuales instituciones.
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