En la pradera de Lituania, cerca de Vilma, existía una casa amarilla construida en el ladrillo típico lituano. La historia de este país hace que no tengan un pasado arquitectónico arraigado a su cultura, del que sentirse partícipes y orgullosos, por eso el hecho de tener una tipología de ladrillo propia del lugar les hace protegerla y no conciben la idea de destruirla.
Esta pradera la compró una familia y contrataron a los arquitectos G. Natkevicius y asociados para construir su nueva vivienda ya que en la existente no cabían. Pero la solución no consistió en destruir la casa amarilla (por aquello de preservar la escasa tradición arquitectónica que tienen), sino en envolverla con otra vivienda: la Glass House.
Esta vivienda está concebida como un volumen dentro de otro. Este primer espacio aloja los dormitorios y estancias más privadas mientras que en el envoltorio (transparente) se encuentran el salón, la cocina, el comedor y un recibidor. Con un juego de dobles alturas, variaciones de material y una perspectiva continua de la casa amarilla, el proyecto desborda inteligencia y conceptualidad por todos lados.
El paso del ladrillo al vidrio es exquisito, sin perder la privacidad (escondiéndose en la casa amarilla) y con la ayuda de un acero negro bien trabajado, se consiguen transiciones con gusto y sin brusquedad. Por otro lado, aunque las fotografías no nos dejan ver mucho de la decoración, se intuye que tiende a algo contemporáneo, quizás demasiado italiano e impersonal, pero con sensación de comodidad y calidad.
A estas alturas del partido una vivienda bien pensada, proyectada y construida parece imposible, pero he aquí la prueba de que siguen existiendo clientes complacientes con dinero.
Fuente http://www.cyanmag.com/
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